El 14/11 asistí a la realización de una idea de primera, pero en un rumbo de mala muerte: El Callejón del Sabor de Pepsi, en un tugurio de la Colonia Doctores. Se trata de un antiguo taller mecánico de esos que hasta dan ganas de llorar, repintado todo de color negro, en donde se ofrecieron cocteles a base de Pepsi, más comidas de lugares famosos, (como El Califa de León, por ejemplo), más quesadillas, (quecas) y otras, hubo música en vivo y de Dj. Y lleno de influencers, solo que en edad promedio, bien medida, andan en los 46: es más, quien esto escribe contó a más de veinte por encima de los 70… ¿de qué vive un público ya tan aplaudido?
Si Pepsi buscaba ganar calle y sumar a su causa dos que tres consumidores a mí me parece que ahora sí le falló. Porque con fiestecitas así lo único que gana la marca es botar su dinero y talento. Porque, de que hubo buenas ideas, sí que las hubo. Y pongo un ejemplo: a todos los asistentes, a la llegada, nos fue obsequiada una pulsera, (chequen foto), que se prendía y apagaba de forma intermitente de un color rosa. Y que, en cierto momento, se apagó: las pocas que quedaron encendidas, ahora de color azul, ganaron un premio sorpresa. ¿No te parece una buena idea, lector querido?
Andrés Cedillo, uno de los grandes creativos de hoy en día en la publicidad mexicana, está por publicar un libro en el que se establece con claridad la diferencia entre creatividad e innovación. Todo está en que la segunda, además de poseer originalidad, también vende. Eso es lo que le hace falta a Pepsi.