Quienes me conocen desde siempre saben que yo soy de la Colonia Escandón, (¡a mucha honra!). Mero de Escandón Tacubaya que fue barrio bravo durante siglos, hasta que nos pusieron junto a la Condesa. Y tuvimos que aprender a usar zapatos y a comer con cubiertos. Todo era cuestión de tiempo para que nos empezaran a invadir los bares, boutiques, tiendas de ropa y otros comercios.
Los hoteles de paso, esos de los que había que aventarse desde lo alto del ropero, desaparecieron para dar paso a los de cadena. Y algunas cosas sobrevivieron, ahora en un curioso sincretismo: las juntas de alto nivel se hacen ahora en un puesto de quesadillas. Y hay extranjeros que caminan a sus anchas por doquier.
Así las cosas, fui a conocer a un restaurante argentino, justo en la esquina de Progreso y Minería, ahí donde antes había un taller mecánico especializado en talachas para Volkswagen. Ahora hay ahí un restaurante de nombre Escandón Corazón, de especialidades argentinas. Y no está mal: tiene buen sazón y sus precios son razonables.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue una hoja de bienvenida impresa con el texto anexo…
¡Aleluya! Hasta que alguien sabe escribir bien, me dije.